Nunca antes me había sentido tan
sola, tan perdida, sintiendo que este no es mi lugar en el mundo, que esto no
va conmigo. Y piensas que como es posible que en una ciudad tan grande, que te
ofrece tantas posibilidades, en la que sales a la calle, sea la hora que sea y
está repleta de gente te haga sentir así. Y te das cuenta, que aunque a veces necesitas
ese total anonimato, esa sensación de salir a la calle y no conocer a nadie,
otras en cambio echas de menos ver caras conocidas, gente que simplemente te
pregunte qué tal estas aunque sea por educación y no le importe lo más mínimo.
Realmente nunca estamos plenamente satisfechos con nuestra vida.
Siempre me ha gustado la soledad,
esos momentos contigo mismo, en los que hablarte, pensar que es lo que estás
haciendo y que es lo que deberías hacer o simplemente escuchar música y hacer
algo que te relaja sin que nadie intervenga en ello. Me encantan esos ratos y
los experimento muy a menudo. Sin embargo hay veces que necesitamos a los
demás, necesitamos compartir nuestra canción favorita, echar una tarde entera
entre cervezas y anécdotas con un viejo
amigo, e incluso una tarde de estudio por eso de que una “pena compartida se
convierte en media pena”.
A veces necesitamos llorar,
llorar mucho y muy fuerte, porque sí, esas frases idílicas que ves por todos
lados y que tú mismo apuntas en tu agenda intentándolas aplicar cada día, están
muy bien, pero no siempre podemos conseguir estar así. Porque la felicidad
plena, aunque creamos que la tenemos, aunque nos empeñemos en tener ese lema
como forma de vida, aunque la grabemos en nuestra piel, no existe, nunca somos
felices realmente, tenemos ratos de felicidad, espejismos, pero siempre
volvemos a tener momentos de oscuridad, de dolor de llanto, y es que como justo
acabo de leer esta mañana “La vida es una puta. A ratos te hace pasarlo bien,
te hace tocar el cielo con la yema de los dedos, pero siempre, sin excepción,
termina haciéndote pagar” y es que quizá la vida sea eso, algo cíclico que
alterna períodos de felicidad con otros no tan felices, y aunque nos empeñemos
en vivirla, la mayor parte del tiempo, sobrevivimos sin más.
Y por eso necesitamos llorar sin
motivo aparente en soledad, llorar debajo de una manta, esperando que pase el
tiempo fuera de ella, como si ahí dentro realmente nos sintiéramos protegidos. Sin
embargo, hay días que necesitas compartir esas lágrimas, que necesitas sentarte
con alguien y que la otra persona te escuche o simplemente guarde silencio mientras
lloras desconsoladamente, porque hay veces que no encontramos o no queremos
encontrar la luz al final del túnel y que también necesitamos esos ratos,
necesitamos expulsar con lágrimas todo lo que llevamos dentro, porque hay un
momento en el que no podemos más, en el que dejamos de aparentar y simplemente
explotamos.
Pero aun así en medio de todas
esas lágrimas, en medio de ese camino tan oscuro que no tiene ni una pizca de
luz, siempre hay alguien, por muy lejos que esté, que es capaz de sacarte una
sonrisa, y casi siempre, por no decir siempre, esa persona o esas personas son las mismas.
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