domingo, 2 de noviembre de 2014

1 DE NOVIEMBRE



1 de noviembre, sábado, a priori un sábado más, la misma rutina de todos los sábados desde hace unos meses, porque sí, hace unos meses que todo cambió. Sin esperarlo, sin tenerlo claro, sin saber si era eso realmente lo que quería o si era lo que tenía que hacer, tomé una decisión. ¿Cuándo estamos realmente preparados para tomar decisiones? Si existe una edad para ser mayor de edad, para jubilarse o para pasar de ser una persona productiva a un “cargo” para la sociedad, ¿por qué no hay una edad que marca el inicio de poder tomar decisiones? Desde que nos levantamos, estamos tomando decisiones, ¿cuáles hacemos realmente sin estar condicionados? ¿cuáles tomamos realmente con total seguridad y libertad? Pues bien, yo tomé mi decisión hace unos meses. No se trata de una decisión trascendental, que me vaya a marcar toda la vida, o si, quien sabe. Tras tomar la decisión sentí miedo, miedo al hacerme mayor, a salir del nido, a volar, a enfrentarme a la sociedad como persona adulta, a tener que afrontar mis errores sin excusas. Y meses después sigo teniendo miedo.
Intento comenzar el día como otro cualquiera, como un sábado más, o menos, depende del ánimo, pero sé que eso no es así. Camino a clase sin intentar pensar mucho en lo que ocurre a kilómetros de aquí, en este momento solo me preocupa la asignatura que tengo hoy o eso intento pensar. Me dispongo a entrar, tercera semana consecutiva y sigo sintiendo la misma sensación que la primera vez. Ninguna cara conocida, nadie me suena absolutamente de nada y yo ¿para qué me voy a relacionar? Busco un rinconcito, más bien en la parte de atrás, si nadie se sienta cerca, mejor, y a pasar las horitas como mejor se pueda.
Durante la clase, mientras la profesora habla y habla de trastornos mentales, miro a mi alrededor, observo a  la gente, veo que hay gente de muchas edades, quizá casi todos mayores que yo, y me pregunto, que le llevaría a ellos a estar sentados en el mismo sitio que yo, ¿estarían trabajando?, ¿qué sería de sus vidas?, ¿estarían estudiando igual que yo? ¿Cuántos de ahí llegaríamos a la meta y conseguiríamos el objetivo?. - “Chicos esto ha sido muy preguntado los últimos años” vuelvo de un plumazo a la realidad.
Fin de la clase que se resume en un: más materia para estudiar y menos tiempo para hacerlo, pero se puede, ¿por qué no?. 15:30 y pongo rumbo a casa. Esta vez no puedo evitar pensarlo, 1 de Noviembre, y pienso lo diferente que es este uno de noviembre al de los años anteriores. Porque sí, aunque no quiera pensar mucho, no se trata de un día más. Y mi cabeza me transporta inevitablemente a mi pueblo, a mis amigos, a esa feria que me gusta tanto. Y pienso,"yo a esta hora estaría recuperándome del día anterior, arreglándome, y a por otro día de feria". Y sigo pensando, y lo importante no es la feria en sí, sino todo lo que significa. Es un rencuentro, un recuentro con amigos de toda la vida, que por circunstancias de la vida, no pueden compartir el día a día juntos, y allí, en la feria, se reencuentran y el tiempo parece no haber pasado entre ellos, parece que volvemos años atrás, en los que una fiesta hasta las 2 de la mañana en un “cocherilla” de lo más cutre, nos proporcionaba felicidad. Y pienso ¿con qué poco nos conformábamos no?, pero llego a la conclusión de que nos seguimos conformando con poco, que daría lo que fuera por un café de 30 min con mis amigas, o por compartir un vino dulce y un rebujito en esa feria con ellos. Sigo andando…

Y pensando, porque sí, mi cabeza nunca deja de pensar, yo eso de dejar la mente en blanco no lo llevo a cabo. Y pienso que esto es el comienzo de lo que me espera de aquí en adelante, que los años ya han pasado, la vida cambia y con ello nuestras obligaciones, y hasta puesto llegar a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero quito esa idea de mi cabeza, ¿Por qué condenar al futuro si aún no se lo que me depara?.

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